
Molinos de Viento – El Aliento del Pasado
El sol se escondía detrás de las nubes cuando llegamos a Tiscamanita. El polvo se pegaba a nuestras botas y el viento arrastraba hojas secas sobre los caminos pedregosos. Frente a nosotros se alzaba imponente un molino, una de esas estructuras masculinas que molían el grano y obligaban al molinero a transportar los pesados sacos de harina hasta la planta baja. Sus hermanas femeninas, las molinas, hacían todo esto de manera más moderna y en un solo nivel. La mujer siempre sabe cómo arreglárselas. En su día, había más de mil de ellas en Fuerteventura. Hoy, apenas quedan unas cuarenta, como monumentos de un tiempo pasado.
Dentro, el aire olía a madera vieja y a grano molido. Helmuth explicaba la mecánica, hablaba de los tiempos en los que los burros cargaban los pesados sacos mientras el viento hacía girar sin cesar las aspas del molino. Como si lo hubiera visto con sus propios ojos. Bueno, leer, informarse y luego soltar grandes discursos… eso se le daba bien. Buen tipo. El gofio, la harina tostada típica de Canarias, era el resultado de un arduo trabajo y, durante siglos, el alimento básico de los isleños. Probamos un pequeño bocado, sabía a historia. Áspero, con un toque a nuez, diferente.
El estrecho espacio de trabajo en el techo de madera del molino parecía diseñado para los majoreros más bajitos. La escalera era angosta, los peldaños de madera crujían y gruesas vigas sobresalían en nuestro camino. Un momento de distracción, un paso en falso… y un estruendo. El grito de Helmuth resonó en la sala cuando se golpeó la cabeza y cayó rodando por los escalones. Se quedó sentado abajo, frotándose el brazo, mientras yo intentaba contener la risa. “Todo bien”, murmuró, “solo el orgullo.”
Afuera florecían las buganvillas y la senna alada, mientras un burro mordisqueaba la hierba seca con calma. La pequeña tienda ofrecía gofio en todas sus variedades, jabones artesanales, cerámica y otros encantos turísticos. Compramos algunas cosas y dejamos que el tiempo se detuviera un instante. El viento acariciaba las viejas paredes de piedra, llevando consigo las historias de los molinos. Cuando nos pusimos en marcha de nuevo, la decisión estaba tomada. Íbamos a buscarlos a todos, los molinos de la isla. Capturar cada uno en una fotografía, documentarlos, preservar su historia. Cuarenta molinos, cuarenta historias. Un viaje que apenas comenzaba.





























